martes, 26 de noviembre de 2013

Reflexiones acerca de la I Escuela de Otoño organizada por Marea Verde en Marinaleda. Por Ana del Moral.



Si la enseñanza ha de ser una actividad dotada de sentido tanto para los docentes como para los alumnos, leer, pensar y debatir sobre qué enseñar, cómo y para qué no puede dejar de formar parte, y parte importante, de la labor cotidiana de los unos y los otros –sobre todo de los primeros, pues es sobre ellos sobre los que recae una mayor responsabilidad en cuanto a la concepción y puesta en práctica del ejercicio de la enseñanza-. No obstante, entre las funciones que nuestro sistema educativo atribuye a maestros y profesores no consta ese ejercicio reflexivo y crítico común que supone tratar de comprender qué es educar y por qué y para qué merece la pena educar.

Reunirse con los colegas de profesión y con alumnos de distintos niveles para intercambiar experiencias, críticas, expectativas e ideas, tiene ya en sí mismo un gran valor. Pero si a ello sumamos la extrema gravedad de la situación en la que se encuentra la enseñanza pública en España, la necesidad de estar cuantos más mejor, juntos en la concienciación y en el espíritu de resistencia, no puede ser mayor. De acuerdo en que la enseñanza pública nunca ha disfrutado en nuestro país de unos niveles aceptables –siempre lastrada e impedida por obstáculos sociales y políticos y por la dichosa insuficiencia económica- pero ahora la línea de flotación del barco está empezando a no verse...

Este pasado fin de semana se ha celebrado en la localidad de Marinaleda la I Escuela de Otoño de Marea Verde de Andalucía. En las instalaciones municipales que el Ayuntamiento ha puesto gratuitamente a disposición de Marea Verde, algo más de cien maestros, profesores y alumnos nos hemos encontrado para debatir sobre los problemas que afectan al sistema de enseñanza, atendiendo sobre todo a los que se derivan directamente de las políticas de recortes de derechos sociales. En general, hemos hablado sobre el modelo de enseñanza y de sociedad que queremos.

El programa incluía grupos de trabajo sobre tres áreas temáticas: sobre las condiciones laborales de los docentes y la estructura del sistema educativo; sobre métodos pedagógicos y finalidades de la educación; sobre el modelo de educación que queremos y su relación con otro tipo de sociedad, muy distinta a la que ahora sufrimos. Cada grupo de trabajo dedicó horas a proponer ideas, discutirlas, matizarlas; posteriormente, en asamblea plenaria, cada grupo expuso sus conclusiones. Aunque no deberíamos hablar de "conclusiones": como quiera que surgieron muchas ideas, en las que no siempre todos estábamos de acuerdo, y que éste era sólo el primer encuentro, la última asamblea plenaria constituyó un punto de partida. Salió de ella el compromiso de celebrar una Escuela de Primavera, también en Marinaleda, los días 4, 5 y 6 de abril.

No todos estaban o estábamos de acuerdo en todo lo expuesto por los tres grupos –cosa natural, por otra parte-. En cualquier caso, sí pudo constatarse un acuerdo unánime en torno a ciertas ideas fundamentales del tipo de escuela que proponemos como alternativa a la actual:

  • Escuela pública: con clara vocación de ser una misma para todos, cumpliendo una función integradora y formativa para una sociedad más cohesionada. Se propusieron ideas como la de acabar con la red concertada de centros, o la de eliminar de una vez por todas el término "calidad" de las reflexiones y declaraciones sobre la enseñanza, por pertenecer al ámbito de la gestión neoliberal de la empresa privada.
  • Escuela laica: basta ya de adoctrinamiento en los espacios docentes. El carácter laico de la escuela es una condición necesaria para la formación de ciudadanos conscientes del significado de la libertad religiosa. Las clases de adoctrinamiento religioso han de desaparecer de la escuela.
  • Escuela democrática: una escuela que eduque para la democracia ha de ofrecer ya en sí misma y por sí misma un espacio y una ocasión constante para el ejercicio de la práctica democrática por parte de todos los miembros de la comunidad educativa. Se habló del valor educativo del asambleísmo, o de la necesidad de recuperar las atribuciones y la importancia de los claustros y consejos escolares.
  • Escuela que forme ciudadanos, no obreros: un sistema de enseñanza abandonado a los poderes fácticos es –las investigaciones de la sociología de la escuela lo vienen poniendo de manifiesto desde hace décadas- un sistema que reproduce las desigualdades sociales, formando por un lado elites destinadas a los puestos de influencia social y por otro una gran masa de condenados de por vida a la precariedad y la flexibilidad laboral. Sólo un cambio radical de las estructuras educativas, que pase por la toma de conciencia por parte del profesorado acerca de la conexión entre las estructuras educativas actuales y las desigualdades sociales y económicas, puede revertir esta situación y avanzar hacia la efectiva realización de la igualdad de oportunidades, fomentando en los alumnos el afán crítico y la iniciativa democrática.

  Estas ideas no tienen sentido si los cambios en la escuela no van acompañados de cambios en  la sociedad. La escuela por sí sola no puede compensar las dinámicas excluyentes de la sociedad de mercado.

Tras leer esto es probable que algunos os estéis preguntando: ¿qué documentos hay de este encuentro, qué programas hay por escrito de acción para el futuro?  O ¿a qué resultado se llegó entonces? O ¿de qué vale tanto hablar si no se puede hacer nada? Las valoraciones acerca de los asuntos educativos, como cualesquiera otras valoraciones, son presa de esquemas de pensamiento muy arraigados, de los que cuesta mucho trabajo zafarse. En concreto, nuestro modelo social, institucional y político va acompañado por ciertas creencias paralizantes que todos compartimos en mayor o menor medida:

  • La creencia en la burocracia: lo que no esté por escrito no ha sido, no es y no será.
  • La creencia en que sólo hacer desde el poder es hacer: tratar que los de abajo hagamos algo entre nosotros no vale para nada, sólo vale lo que se haga desde arriba; los de abajo no podemos más que perder el tiempo.
  • La creencia en que lo que no nos incumbe a cada cual, en el fondo, no es real: para qué reunirse, debatir, movilizarse... ¿para qué? Yo a lo mío, a procurar sacar adelante mis problemas, que ya son bastantes, y con respecto a los problemas sociales no hay nada que hacer...

Este tipo de actividades de compromiso y encuentro entre los que compartimos intereses comunes, si pueden valer o tener algún sentido, es justamente porque no estén forzadas a dar unos resultados bien definidos, puestos por escrito, y visibles de inmediato en forma de cambios institucionales y sociales. Se trata de otra cosa. Termino recordando, a propósito de esto último, una intervención de un compañero: "de aquí me voy animado y decidido a continuar con el espíritu de estas reuniones; por lo pronto el lunes mismo voy a poner en práctica con mis alumnos dos ideas que he escuchado y me han parecido buenas".



  Ana del Moral

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